viernes, 10 de junio de 2011

Nadie se mete

Hoy he decidido revelarme contra la rutina y en vez de viajar en metro, ir a mi trabajo en micro.

Al subirme, saludo al chofer y mientras suena el biiip! de la tarjeta haciendo contacto con el cobrador, busco un espacio donde ubicarme. Recuerdo esa sensación, al viajar en metro, como de jamón con traje de oficina envasado al vacío; y me siento feliz de haber cambiado la rutina, pues aquí sólo parecemos borregos camino al matadero en un camión algo más holgado.

La micro dobla por avenida Manquehue hacia el barrio "pelolais". Es viernes y los rostros delatan el cansancio de una semana pesada, agotadora. En una de las tantas paradas, mientras sonaban los bips en la parte delantera, por la puerta de en medio sube un hombre, muy campante con un par de sándwiches de mortadela.

El hedor a conjunto mezclado con el olor de la mortadela perfuman el ambiente al punto de generar náuseas, pero la osadía de ese hombre me dio tanta rabia que lo quedé mirando, fijamente. Sus ojos hicieron contacto con los míos. Estábamos frente a frente en un duelo de miradas. No la bajaría por nada del mundo, hasta que de pronto, sus labios se movieron y me dijo insidiosamente- "Por qué me mira tanto". No le dije nada. No desvié la mirada. Pensé en responder - "Ladrón, fresco, por su culpa nos suben el pasaje a los más honestos" - pero si le digo quizá me pega, asalta o quién sabe qué, y la gente como siempre no hace nada. Entonces me acobardé y bajé en mi parada.

Camino a la oficina pensando en lo pusilánime que fui y en la rabia que me dio saber que nadie haría nada, porque nadie se mete.


domingo, 3 de abril de 2011

Amarga Compañera

Soledad… esa amarga compañera
Esa que no te deja estar a solas
Esa que se te pega en el alma
Y no te deja… no te deja
Hasta que por fin vuelves a casa
Y ella tan sola y silenciosa
Se marcha para volver
Cuando nadie la espera

Qué amarga compañera!

viernes, 1 de abril de 2011

Necesario Silencio

Atormentada circulo por las calles de la ciudad de regreso a casa. No he conseguido ni un minuto de silencio para estar tranquila con mis pensamientos.

Es la hora del taco y los bocinazos parecen formar parte de una sinfonía desesperada que, en su clímax, incorpora el sonido de la sirena de una ambulancia que se avecina a duras penas por la avenida principal.

Espero que transcurran las horas para descansar en silencio, pero este no llega. De las bocinas pasamos a las alarmas, los perros ladrando a la luna, el volumen de la radio del vecino a todo lo que da y del otro lado el clásico niño llorando… ¡Es que no se van a callar! ¡Necesito un momento de paz!

Lo último que escuche fue el crujir del gatillo y luego ese necesario silencio… ese silencio eterno.